El ministro de Relaciones Exteriores, Francisco Bustillo, arribó este domingo a la República Popular China con intenciones de tratar las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC) que vienen con pasos lentos.

https://twitter.com/MRREE_Uruguay/status/1647567242987552768

En julio de 2022 el presidente Luis Lacalle Pou anunció que, tras diez meses, se habían concluido los estudios de factibilidad de manera satisfactoria. Sin embargo, a partir de ese suceso, algo que parecía ser la culminación de negociaciones, terminó aplazando por diez meses las conversaciones con el país asiático.

Una iniciativa intermedia, entre discusiones y enfrentamientos con los miembros del Mercosur por el avance —puramente teórico e hipotético— del TLC de forma individual por parte del país con uno de los socios estratégicos de la región, fue el cambio del jefe negociador con China, siempre con el mismo objetivo: intentar destrabar las conversaciones.

Fue así que en diciembre pasado, se anunció que el entonces jefe de Gabinete de la Cancillería, Fernando López Fabregat, sería reemplazado por el embajador uruguayo en Alemania, Gabriel Bellón, con amplia experiencia en acuerdos multilaterales y comerciales de gran envergadura en cargos como el de director general para Asuntos de Integración y Mercosur, el de jefe negociador de Uruguay para las negociaciones entre la Unión Europea (UE) y el bloque regional entre 2016 y 2017.

Este enroque —en tanto López Fabregat fue trasladado al puesto vacante en Berlín— se efectivizó en febrero. Sin embargo, poco más pasó desde entonces en términos de avance con China, mientras el gigante asiático firmó un TLC “exprés” con Ecuador, en apenas un total de diez meses.

El papel de Brasil

China pidió “paciencia” en noviembre, frente a las presiones del gobierno uruguayo y las preocupaciones crecientes por el nulo avance en el TLC. En ese entonces, las explicaciones apuntaron a razones técnicas vinculadas a la concreción de un acuerdo “de última generación” y “muy abarcativo”.

Los diplomáticos chinos adujeron que el tiempo extra era debido a “las consultas y coordinaciones con todos los departamentos gubernamentales”, así como también los “gremios y todos los sectores involucrados”; y a una recomposición del equipo a cargo de las conversaciones para lograr el mejor acuerdo posible, incluso a pesar de que el estudio de factibilidad llevara ya varios meses presentado.

Pero, e incluso a pesar de que desde el otro lado del mundo contrastaron el “rápido” avance con Uruguay en relación con Colombia —que analiza un estudio de factibilidad desde hace 10 años y sin un final visible en el corto plazo—, la ansiedad creció al punto de que el propio Bustillo llegó a decir en diciembre que lo único que falta “es que China dé señales” de interés.

Las demoras, sin embargo, no fueron casuales, y coincidieron con los tiempos electorales en Brasil y la posibilidad del cambio de gobierno de signo político que, finalmente, sucedió. El regreso de Lula da Silva a la presidencia significaba la reapertura de la alianza clave entre ambas potencias —miembros del BRICS— y, por lo tanto, de nuevas líneas de negociación a nivel regional.

El escenario cambió y, así, Brasil comenzó a jugar un rol de mayor peso en el TLC uruguayo. Así lo entendió también Lacalle Pou, que moderó su actitud frente a los socios regionales y se acercó al mandatario brasileño como una posible vía de acceso a una China fría y cada vez más lejana en términos de comercio bilateral.