Motivos para la frustración no faltan. Colombia experimentó durante las últimas décadas un crecimiento económico que, si bien no ha sido explosivo, sí resulta notable por haber convivido con flagelos como el narcotráfico y la lucha armada. Y lo hizo a tal punto que hoy, con solo tres millones de habitantes más que la Argentina, rivaliza con esta por el segundo lugar entre las mayores economías de América del Sur.

Distribución

El modelo, sin embargo, explica esas quejas. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el llamado “club de los países ricos” –al que ha ingresado– ubica al país como uno de los más desiguales en lo que respecta a distribución del ingreso.

A eso se suma que la pobreza afecta al 39% de los 50 millones de habitantes, el desempleo al 17% de la población activa y la informalidad laboral oscila entre el 43% y el 60% estimado por la propia OCDE. Guerra en Ucrania mediante, la inflación interanual trepa a casi el 10%, mientras que el Gobierno conservador del impopular Iván Duque promete limitarla a un todavía muy elevado 7% para fin de año.

Por último, alrededor de la mitad de los adultos mayores no cuenta con cobertura jubilatoria.

En ese contexto, el acceso de la población de bajos recursos a la educación y a la salud es muy complicado y sigue vigente la violencia vinculada a la delincuencia común, a las mafias de las drogas y a las guerrillas –el Ejército de Liberación Nacional, ELN, y facciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, que no aceptaron el acuerdo de paz de 2016–.

Castigo

No sorprende así que el representante de la derecha conservadora filouribista, Federico “Fico” Gutiérrez haya quedado, con el 23,9% de los votos, en tercer lugar y fuera del balotaje del 19 de junio.

En esa instancia se enfrentarán, mano a mano, los dos abanderados del cambio: Petro –40,3%– y Hernández –28,2%–. Este último, emergente de una derecha más difícil de definir –¿trumpista o simplemente populista?– aspira a captar todo lo que va entre el centro y la derecha dura para dar el golpe final.

Rasgos

Definir a Hernández, de 77 años, no es fácil, tanto por su perfil como por sus contradicciones. Se dice un “outsider”, pero ya ha sido alcalde de Bucaramanga entre 2016 y 2019. No habla de “casta”, pero se asemeja a Javier Milei cuando embiste contra los políticos tradicionales, a quienes llama “zánganos”, “vagabundos”, “sinvergüenzas” y “ladrones”. Asimismo cuando promete donar su sueldo si es elegido presidente.

Sin embargo, a diferencia del minarquista argentino, para él el liberalismo económico no es un mandato y propone mantener los subsidios a los productores de alimentos –en tanto incrementen su producción– y protegerlos, gravando las importaciones. Sin embargo, lo primero, los subsidios, tendrían un matiz de mercado, ya que los mismos se canalizarían a través de créditos bancarios a tasa baja.

Su lenguaje vulgar y violento –llegó a pegarle en público a un concejal que lo acusaba de corrupción–, su carácter de empresario de la construcción, su fortuna –bastante menor, de unos 100 millones de dólares– y su obsesión por hacer política y campaña fuera de los canales tradicionales y bien dentro de las redes sociales –se autoproclamó “rey del TikTok”– lo asemejan a Donald Trump. También la mezcla indescifrable de capitalismo crudo y proteccionismo que defiende. Y los permanentes cambios de postura, que confunden a propios y ajenos.

Contradicciones

Para Hernández, lo mejor es que la mujer “apoye desde la casa”, porque “metida en el Gobierno, a la gente no le gusta”. Sin embargo, su vice es una mujer, Marelen Castillo, quien no es precisamente un ama de casa: de 53 años, es ingeniera, licenciada en Biología y Química, master en Administración de Empresas y doctora en Educación. Además, el candidato prometió nombrar un gabinete paritario.

Por otro lado, en el marco de un programa vago y que luce improvisado, pasó de repudiar el acuerdo de paz con las FARC firmado por Juan Manuel Santos a prometer su plena aplicación, así como su extensión al ELN.

Su relación con ambas guerrillas es compleja. Su padre estuvo secuestrado más de tres meses por la primera, hasta que fue liberado; su hija adoptiva Juliana –única mujer entre cuatro hermanos– fue secuestrada en 2004 por la segunda y su negativa a pagar un rescate de 2 millones de dólares hizo que desde entonces quedara desaparecida y fuera dada por muerta.

De modo menos dramático, sucesivamente se ha opuesto y a apoyado el “fracking” y el uso de pesticidas en la agricultura. También se declaró en 2016 “un admirador del pensador alemán Adolfo Hitler”, cosa que aclaró tiempo después. El objeto de su devoción era, en verdad, Albert Einstein verdadero autor de la frase que había citado aquel día malhadado.

Colombia busca un cambio y es probable que Hernández tenga más fácil que Petro la búsqueda de los votos que le faltan para acceder a la Casa de Nariño. Su eventual ascenso implicaría una extraña búsqueda de renovación, dada a través de un hombre que, sea como empresario o como político, nunca dejó de ser parte del “establishment”.

En menos de tres semanas ese país y toda la región conocerán el veredicto.