Si hay algo que garantizaba –al menos hasta ayer– el San Lorenzo del Gallego Insúa era que no defraudaba nunca. No defraudaba en un sentido: podía jugar mal e incluso podía perder, obviamente, pero siempre gastaba su energía hasta el final. Daba todo. Sin embargo, esta vez en el Gasómetro nada de eso pasó: acaso como si la pelea que protagonizó en el primer tiempo el entrenador azulgrana con un ayudante de Gabriel Heinze hubiera somatizado en el cuerpo del equipo, San Lorenzo defraudó. ¿La consecuencia? Newell’s, que venía de perder tres partidos seguidos, lo vapuleó, le ganó 3 a 0 y el Bajo Flores volvió a la furia del pasado reciente, cuando en cada partido las plateas y tribunas cantaban contra la dirigencia.

¿Pasará algo después de esta cachetada? Según el propio Insúa, no: “No vamos a cambiar la forma de jugar”, dijo en la conferencia. Una apuesta redoblada que puede provocar algunas urticarias en hinchas que piden algo más que defender y cuidar el arco propio, un método que hasta ayer le salió muy bien a este San Lorenzo.

Desde el comienzo el local esperó en campo propio e intentó aprovechar alguna acción de contra que no prosperó hasta el cuarto de hora, cuando Iván Leguizamón tiró un centro que ni Adam Bareiro ni Gastón Ramírez pudieron conectar.

El problema de este tipo de planteos es cuando el primer gol lo hace el rival. Newell’s dio el golpe con una pelota aérea que bajó Ferreira para definir al primer palo y, a partir de allí, la dinámica del partido cambió por completo. Con la ventaja a su favor, el conjunto rosarino intentó golpear en los momentos justos, mientras que el local apeló a buscar la igualdad contra natura.

En el segundo tiempo, eso se exacerbó. No solo por la hostilidad que bajaba desde las tribunas cuando estiró la ventaja Ferreira, y luego cuando llegó la expulsión de Gonzalo Luján –con 16 rojas, San Lorenzo es el equipo con más expulsados en la temporada– y el posterior tanto de Sordo. A esa altura, la tarde ya era un tango de Boedo, con el olvido como única recompensa.